Soy Javi. Y siempre fui mal estudiante.
No era tonto, simplemente no me gustaba estudiar.
Me parecía soporífero aprender las cosas de memoria y en el colegio no te enseñan a pensar.
Al menos por aquel entonces.
Aun así, con mis cincos raspados y algún que otro seis fui pasando de curso sin pena ni gloria.
Hasta que llegó el momento de tomar la decisión.
¿Qué carrera estudiar?
Siempre pensé hacer un FP de imagen y sonido o algo así, pero llegados a ese punto no perdía nada por presentarme a selectividad.
Y ante mi sorpresa, aprobé.
Yo, el mal estudiante que siempre sacaba cincos raspados, con la posibilidad de hacer una carrera.
No una de las difíciles, claro está, pero tenía en mi mano poder decir que era universitario. Qué nivel.
Así que, ¿por qué no?
No me metí en comunicación audiovisual. Ni en informática. Y mucho menos en una ingeniería.
Tampoco habría podido por nota así que ni me lo planteé.
El caso es que en segundo de bachillerato tuve una profesora sustituta durante unos meses.
La única que ha conseguido apasionarme ante el reto de aprender una asignatura.
No sé cómo pero consiguió algo nunca visto.
Hizo que me gustase estudiar.
Era la profesora de Historia del Arte.
Así que hice caso omiso a todos los que me dijeron que era un suicidio profesional, que no encontraría trabajo de eso y que iba a ser un muerto de hambre, y me metí en la carrera.
Grado en Historia del Arte y Patrimonio Histórico-Artístico. Toma ya.
Después del primer año encontré mi pasión. Nunca es tarde, dicen.
El resto te lo puedes imaginar.
Muchos apuntes, cafés y algún que otro día faltando a clase.
La cosa es que estudiar esa carrera me despertó una sensibilidad especial.
Y de tanto estudiar a artistas apareció en mí la necesidad de crear.
Pero claro, dibujar no era lo mío, escribir menos aún y, aunque tocaba la guitarra, no se me daba del todo bien.
Así que me compré una cámara.
Por aquel entonces tenía una novia que conocí en la carrera.
Sí, soy de esos románticos que se echa novia en la universidad.
Mientras el resto iba de flor en flor yo estaba en la filmoteca viendo películas francesas con mi novia.
Quién lo iba a decir. El de los cincos raspados yendo de snob. Ver para creer.
El caso es que a ella le gustaba la fotografía así que salíamos juntos con la cámara.
Se le daba mejor que a mí, debo reconocerlo.
Así que varios cursos de fotografía después, un máster, alguna que otra exposición y muchos palos de ciego, decido especializarme en fotografía de bodas.
Qué rancio, ¿no? Eso de las bodas…
A ver. ¿Una rama en la que puedes hacer prácticamente todos los estilos (documental, retrato, moda, bodegón, autor..)…?
Me cuadra. Pa’lante.
Y cuando te quieres dar cuenta llevas años dedicándote exclusivamente a eso. Te has hecho un nombre y eres capaz de pagar las cuotas de autónomo y aún te queda algo de dinero para ir al cine el día del espectador.
Sí señor. El sueño americano.
Venga va. Ahora en serio.
Es cierto que detrás de una profesión creativa hay una mezcla de incertidumbre, dedicación y aprendizaje continuo que no te da muchos momentos de parar y analizar qué estás haciendo y qué es lo que quieres conseguir.
Por eso decidí crear The White Style.
Una marca con una seña de identidad clara, fiel a mi forma de entender la fotografía y la propia vida.
Llevando el menos es más como lema.
5 años de carrera y un máster no me han hecho poder diferenciar un Lorenzo Caprile de un Pertegaz.
Ni tampoco los 10 años que llevo haciendo bodas, para qué te voy a engañar.
Pero de sacar la esencia sé un rato.
Y es lo que trato de transmitir a mi equipo y lo que intento mostrar en cada fotografía.
Sencillez y estilo es la traducción de buen gusto.
Y en The White Style lo llevamos por bandera.
No soy asesor pero si contáis conmigo tendréis mi experiencia durante todo el proceso para que vuestra boda sea justo lo que imagináis.
Y los recuerdos también.
Pero de eso no os tenéis que preocupar.
Nos encargamos nosotros.
Que comience el espectáculo.